martes, 25 de enero de 2011

LA ESCRITURA TERAPÉUTICA AYUDA A ELABORAR VIVENCIAS TRAUMÁTICAS


Contra el dolor. Sus efectos se observan incluso en la salud física
La escritura terapéutica ayuda a elaborar vivencias traumáticas
Es lo que ha demostrado James Pennebaker, un referente en esta área de la psicología

El doctor James Pennebaker, de la Universidad de Texas, durante su visita a Buenos Aires. Foto Marcelo Gómez

Tesy de Biase

Fuente: LA NACION

Desde hace 30 años, el profesor de psicología de la Universidad de Texas James Pennebaker estudia el poder reconstructivo de la escritura. Invitado por la Facultad de Psicología de la Universidad de Palermo, exhibe con sencillez sus hallazgos, nacidos en múltiples y disímiles escenarios, como la Nueva York posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, una clínica oncológica o la crisis provocada en California por el terremoto de 1989.

"Desde 1979 venimos estudiado cómo las personas enfrentan situaciones traumáticas dolorosas a través de la escritura expresiva. Comenzamos pidiendo a un grupo de estudiantes universitarios que escribieran sobre sus vivencias personales más dolorosas, y descubrimos que aquellas que se habían mantenido en secreto tenían mayor potencial de enfermar. Entonces, invitamos a las personas a nuestro laboratorio a contarnos anónimamente estos secretos", comienza diciendo Pennebaker.

"Con el tiempo y la ayuda de decenas de investigaciones que, desde entonces, se realizaron en el mundo entero, hoy sabemos que la escritura expresiva provoca una serie de efectos en cascada sobre la salud física: estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial, reduce el consumo de alcohol y fármacos. Además, reordena el pensamiento, promueve la conexión con los otros y disminuye las crisis depresivas. Parece mágico."

-¿Cómo se explica esa magia? ¿Basta con relatar un hecho traumático para que su poder destructivo ceda?

-Cuando nuestras primeras investigaciones alcanzaron estado público, yo funcionaba como un imán que atraía a personas que se me acercaban para contarme sus vivencias traumáticas. Los escuchaba suponiendo que eso los aliviaría, pero al año siguiente volvían a encontrarme, el relato no era muy distinto y su estado de salud tampoco había mejorado. Entonces, aprendí que contar la misma historia, una y otra vez, no es necesariamente terapéutico. Una de las condiciones de la escritura expresiva es que movilice las emociones involucradas, en un proceso de reconstrucción del hecho traumático.

-¿Qué sucede en el psiquismo para que la escritura se convierta en un proceso potencialmente terapéutico?


-Escribir cambia la forma en que la gente piensa y organiza su mundo interno; exige detenerse sobre la experiencia, reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato. Sus efectos, especialmente en el terreno de la salud, no siempre son permanentes: es como tomar un analgésico, con efecto en el corto plazo.

-¿Cuáles son las consignas por respetar para que la escritura sea eficaz en la elaboración de tragedias, personales o colectivas?

-Las experiencias traumáticas atraviesan una fase inicial, que dura entre tres y cuatro semanas, durante la cual las personas piensan y hablan todo el tiempo sobre el hecho. En este período de emergencia que sigue al desastre, es como si autogestionaran un sistema terapéutico que no requiere la intervención de profesionales de la salud. Numerosas experiencias han demostrado que, durante esta fase, no es positivo aplicar la escritura terapéutica.

Personalmente estuve involucrado en dos estudios que fueron un gran fracaso. Uno de ellos fue con mujeres que estaban terminando su terapia de radiación contra un cáncer de mama. Como asistían diariamente al centro médico, les pedimos que escribieran sobre su experiencia. Sus escritos hacían un ejercicio de anticipación sobre una situación que no tenían ni idea de cómo se desarrollaría. De hecho, más de un tercio de estas mujeres al terminar el tratamiento estaban deprimidas, y la escritura no las había ayudado.

Es importante respetar este primer período antes de proponer este tipo de intervención, ya que sus efectos, si no, pueden ser negativos. Le sigue una fase durante la cual las personas ya no están tan dispuestas a compartir las historias de los otros y se mantienen concentradas en la propia. Y, finalmente, una tercera fase en la que sí son importantes y muchas veces necesarias las intervenciones como la escritura expresiva, que ayuda a elaborar y ordenar internamente la experiencia dolorosa.

Sin embargo, yo no propongo a la escritura expresiva para suplantar una psicoterapia; es una práctica complementaria -a menos que se realice en el marco de un abordaje clínico, tal como hace la licenciada Mónica Bruder, referente del doctor Pennebaker en el país, con su propuesta de cuento con final positivo-. En la Argentina está culturalmente aceptada, inclusive estimulada la consulta psicoterapéutica; en cambio, en los Estados Unidos no es así, por eso yo recomiendo a quienes atraviesan una situación dolorosa o crítica que se sienten a escribir quince minutos diarios, durante cuatro o cinco días. Si no se sienten mejor, entonces tendrán que pensar en otra alternativa.

La escritura expresiva tiene el potencial de ayudar a las personas a convertirse en terapeutas de ellas mismas.

Les cuento todo esto porque hoy, mientras hacía un poco de orden en el Aleph horizontal que está tomando posesión de mi mesa de trabajo, apareció de forma inesperada un recorte de diario con la necrológica de Michael White, "el hombre que curaba con la escritura". Este australiano rubio, de mentón fuerte y sonrisa simpática, asistente social y terapeuta de familia, pensaba que la narración escrita de sus traumas podía ayudar a los pacientes adultos a superar muchos conflictos enraizados durante la infancia y la adolescencia. Según él, "muchas patologías encuentran su clave en el análisis de las historias vitales que contamos una y otra vez sin darles demasiada importancia". Allí estarían los nudos que nos impiden avanzar, los obstáculos que nos fijan en una determinada y repetitiva situación, muchas veces dramática. Si pudiéramos escribir un final distinto a esas historias traumatizantes, tendríamos la posibilidad de rescribir también nuestras vidas.

No puedo recordar el momento en que recorté de una página de un diario barcelonés el obituario de este personaje, sin embargo el miércoles de esta semana, durante los prolegómenos a una lectura de poemas en el Aula de Escritores de ACEC, conté cómo casi cada día me preguntaba para qué servía escribir. Un momento después, ganado por una emoción repentina que no supe ni pude contener, leí el poema dedicado a la reciente muerte de un amigo. Fue escrito pocas horas después de que su viuda me anunciara un desenlace que pretendíamos postergable, lejano. Aquel día el ordenador, la pantalla luminosa, el teclado gris de plástico, habían sido lo que solemos llamar "mi paño de lágrimas". Tuvieron que pasar más de cinco meses para que esas lágrimas virtuales metaforizadas aquel día en palabras, se hicieran realidad. Fueron necesarios más de cinco meses para que mi corazón pudiera traducir lo que supuestamente escribió mi cabeza. Tal vez Michael White tuviera razón y la escritura sea, además de otras muchas cosas, una actividad terapéutica.

2 comentarios:

  1. Leí tu perfil te admiro, una mujer bastante preparada y activa. Felicidades.

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  2. Gracias Gabsutaco por tu receptividad y buena onda :)

    Patricia

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